Aquí está la historia de BOTAFARM
- deamspam
- 12 mar
- 5 Min. de lectura
Todos llevamos un fuego dentro.
Algo que nos hace vibrar, que nos empuja a avanzar incluso cuando todo parece bloqueado. Para algunos, es el cannabis. Para otros, la música, el deporte, la pintura, la cocina, la escritura, lo que sea. No es la pasión en sí lo que importa, sino lo que despierta en ti. Esa chispa que transforma el aburrimiento en obsesión, que te hace perder la noción del tiempo, que te da una razón para levantarte por la mañana con algo más que obligaciones.
La diferencia entre quienes sobreviven y quienes realmente viven está ahí. En la capacidad de escuchar ese fuego interior y darle su espacio. Porque esa es la verdadera libertad: poder vivir de lo que te hace vibrar. Crear tu propio camino sin depender de un sistema que te dice qué hacer, qué pensar, cómo existir.
Y lo más hermoso de todo es que esta búsqueda trasciende cualquier barrera. No importa la cultura, la religión, el país, ni el dinero que tengas en el banco. La pasión es cruda, es universal. Está al alcance de cualquiera que se atreva a dejarla crecer.
Se puede empezar desde la nada. Yo empecé desde la nada. Hijo de un soldador y una florista que se convirtió en asistente maternal, nieto de agricultores.
Lo que hizo la diferencia no fue un talento oculto ni la suerte. Fue la obsesión, el trabajo, la determinación de no rendirme nunca.
Y todos llevamos esa llama dentro.
Así que aquí está mi historia.
La historia de Botafarm es la historia de un tipo que no tenía nada a su favor. Un chaval de campo, flaco como un palo, sin confianza en sí mismo, que nunca encontró realmente su lugar. Un tipo que pasaba su tiempo haciéndose demasiadas preguntas, experimentando, buscando algo más grande que la pequeña vida que le habían trazado. Siempre tuve un amor declarado por las sustancias psicodélicas, pero la marihuana era diferente. No era solo un colocón, era una conexión, un lenguaje que entendía instintivamente.
Empecé a cultivar con ganas y una semilla. Tenía 18 años y cultivaba en exterior sin tener realmente idea de lo que hacía. Y como muchos, un día me estafaron. Un clásico. Ahí decidí que nunca más dependería de nadie para lo que fumaba. Ese día, sin saberlo, había metido el pie en un engranaje que cambiaría mi vida.
Pero antes de llegar a algo, tenía que aprender. Internet en esa época no era como ahora. Se pagaba por hora, no podías usar el teléfono al mismo tiempo, y los pocos videos que había estaban en inglés. Y yo no entendía ni una palabra. Aun así, vi todo lo que pude, busqué los pocos libros traducidos, tomé notas, probé, fallé y volví a empezar.
Durante un año recopilé toda la información posible. Solo tenía un diploma de técnico en farmacia, un CAP sin siquiera el brevet profesional. Pasé años encadenando trabajos de mierda. Terminé en una fábrica de hormigón en mi pueblo, trabajando por el salario mínimo, sin futuro. Así que ahorré hasta el último centavo.
Después de un año, finalmente pude comprar mi primer equipo. Una carpa de un metro cuadrado, una lámpara de 600W, un extractor y diez semillas de B52. Y ahí fue cuando la realidad me golpeó: ocho semillas murieron. Dos germinaron. Solo una era hembra. Pero esa planta la traté como si mi vida dependiera de ella. Un macetero de 20 litros, Allmix, fertilizantes minerales. Le puse toda mi energía, toda mi obsesión.
Y el resultado me explotó en la cara. Cogollos enormes, resinosos, más bonitos que cualquier cosa que hubiera fumado hasta entonces. Y hasta ese momento, lo que había fumado era más bien lamentable: hachís lavado con queroseno, algo de afgano cortado, un poco de marroquí y, muy de vez en cuando, algunos cogollos holandeses que nos dejaban noqueados. Y de repente, tenía en mis manos algo que superaba todo lo que conocía. Mis amigos alucinaban. Yo también.
Por un momento pensé que tenía un don. Pero en realidad, no era eso. Era solo una pasión tan intensa que me obligaba a aprender, a probar, a mejorar. Y cuando tienes ese fuego dentro, nada puede pararte.
Seguí adelante. Año tras año, cultivo tras cultivo. Empecé a moverme, a ir a las Cannabis Cups, a conocer gente. Hasta que un día, la vida me obligó a parar. Me rompí el pie. No podía trabajar. Atrapado en casa, me puse a pensar.
Y ahí tuve un clic: ¿por qué tenía que hacerme 25 kilómetros hasta Burdeos, con tráfico, cargando sacos de tierra y botellas de fertilizante, cuando podía tener todo eso cerca?
En 2007 abrí mi growshop en Libourne: Botafarm, Les Jardins d’Intérieur du Libournais.
Como siempre, la gente decía que no funcionaría.
Excepto mis padres, que creyeron en mí. Así que fui con todo.
Y esa tienda cambió mi vida.
Yo, que siempre había tenido la autoestima por los suelos, empecé a verme de otra manera.
Antes de eso, estaba en los huesos, me veía como un perdedor.
Pero ahí recuperé peso, empecé a hacer deporte, aprendí a confiar en mí mismo. Gracias a esta planta entendí que podía crear algo que realmente contaba.
Luego, en 2009, hice mi primer viaje a Estados Unidos.
Un golpe de realidad.
Nueva York, el 40º aniversario del festival de Woodstock.
Conseguíamos marihuana gratis, ziplocks llenos que pasaban de mano en mano entre la multitud.
Nueva York, los Estados Unidos, la energía, la positividad, la LIBERTAD, la creatividad, la efervescencia.
Sentí que estaba en casa.
Empecé a viajar más y más.
A distancia, con la ayuda de mi tienda, monté un jardín en Los Ángeles con un amigo.
Y tras tantos viajes, conocí a Marley, mi exmujer.
Ella no quería dejar Estados Unidos. Así que dejé a mi gato, a mi familia y a mis amigos, y me quedé.
Hice de todo. Trabajé en dispensarios, monté granjas, cultivé en operaciones más o menos legales. Obviamente, como buen pirata.
Vi la industria del cannabis en todas sus facetas. Éxitos, fraudes. Jefes que te roban, peleas entre empleados, cultivadores que te piden que pongas PGR en la hierba mientras juran que es orgánica. Aguanté.
Luego monté mi propia operación en South Central.
Un barrio donde los tiroteos eran casi más frecuentes que los repartos de Amazon. No exagero demasiado. Y ahí viví uno de los momentos más oscuros de mi vida.
Uno de mis empleados, un tipo que había contratado porque acababa de salir de prisión y necesitaba un trabajo, fue asesinado en mi calle.
Un disparo en la espalda, otro en la pierna.
Murió desangrado.
Debía dinero a una pandilla, o al menos eso deduje.
Semanas después, mataron a Nipsey Hussle.
El barrio estalló. Se escuchaban balazos casi cada semana.
Yo no soy un gánster. Quizás tenga un par de cojones grandes, pero ante todo, soy un botánico.
Tras una pelea con Marley, decidí cerrar.
Abrí otra operación en Huntington Park, esta vez un proyecto industrial. Otro barrio duro de Los Ángeles.
Funcionaba bien, era rentable, estaba organizado. Pero la carga de trabajo y el estrés me estaban matando.
Me di cuenta de que estaba viviendo para el trabajo y olvidando por qué había empezado todo esto.
Así que cambié de rumbo.
Decidí volver a lo que realmente importaba:
👉 La creación genética.
👉 Ayudar a los cultivadores, profesionales y aficionados, en todo el mundo mientras hablen francés o inglés.
Hoy he creado el único banco de semillas francés en todo Estados Unidos.
No digo que haya conquistado nada.
Solo sigo mi propio camino.
No me comparo con nadie.
Lo que importa no es solo encontrar tu pasión.
Es saber qué alimenta tu luz interior y qué la apaga.
Paz,
J.

Comentarios